sólo fue con las cartas de georgette leblanc, agua, comida seca y abrigo suficiente para una temporada de témpanos. en wulaia bay, el viento canta algo que sólo los delfines y algún resagado crustáceo entienden. todo sonaba bien desde allá, nada más lejos de la tragedia, el aroma a café peruano en la cabaña la despertó cerca de las cuatro. bajó al corredor y las maderas crujían. parecía que toda la hostería buscaba despegar para siempre y suspenderse en una especie de paraíso paralelo. recordó una tarde en el cementerio de santos lugares, cuando creyó por última vez estar insana. en la cocina sirvió dos vasos de brandy hasta el borde y permaneció junto al ventanal del primer piso. en dos meses aceptarían su solicitud para limpiar estantes en barnes & noble, en manhattan. el tercer trago la dejó tranquila. tomó la botella y volvió a llenar las copas. las dos. notó que la casona ya no temblaba. no podía decir lo mismo de sus manos. encontró un trapo gris y secó la mesa. sorbió el licor y se esforzó al máximo por encontrar un buen recuerdo que la envolviera. 'daría mi alma por mentir: '...nunca escuché'/y por fingirme algo de paz, algo de un padre/y ver llegar las cartas imposibles de un amor/que no sea el mío...', canturreó. una niña yámana mira allá en la barranca. ¿es eso que lleva en los brazos uno de esos pingüinos que nadaban esta tarde cerca del bote?. es casi noche pero, sin dudas es la figura de una chica, pequeña, casi desnuda, ¿está acurrucando uno de esos bichos? las voces: '...y ver llegar las cartas imposibles...'.
domingo, 24 de octubre de 2010
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