a lo mejor era el invierno con su parca luz chiquita, con su helada que rutila, con su extraño mar sobre los árboles.
a lo mejor era la escarcha enseñoreando dientes, fervores, rosados pajaritos. y los caballos cabizbajos, bufando su aliento que hace nubes de vapor como grandes monedas en el aire helado del amanecer.
y el arado. y el zarandeo por la tierra que está lista para recibir la semilla. no lo sé. o sí, tal vez era la reunión en torno de la mesa grande, con el cajón de marlos, el pan redondo, los exquisitos dulces que supo hacer doña maría paulini, esa bola amarilla de manteca, batida a puro brazo de gringa saludable. esa manteca que no volví a comer, ese gusto que me hará ya de ser vedado para siempre.
a lo mejor eran los pájaros que yo veía cruzar por la ventana, caer en picada sobre la verde y olorosa alfalfa.
el invierno tenía su lindo amanecer, su pasto de blanco asabanado, el piar temeroso de gallinas que no se animan aún a salirse de su sueño, es esa vaca que tristemente llama a su ternero muerto, es el relincho de la yegua rosilla, la sangre saltadora de alambrados, la que triza con sus cascos las más duras escarchas, el más puro amanecer.
entonces yo no sé qué ha pasado con ese pueblito que el ladrido de un perro conmovía, el piar de algunos pájaros, la brizna que caía lentamente sobre el suelo, como esa memoria mía que asienta sobre el polvo aterido del tiempo que se fue.
(el fabulador y otras sepias, 1990)
miércoles, 1 de junio de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario