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lunes, 28 de diciembre de 2009
el retrato postergado (andrés cuervo)
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sábado, 26 de diciembre de 2009
lo único feo es no tener porqué vivir
(carlos rodríguez; frisbee, boom boom kid, 2009)
lunes, 21 de diciembre de 2009
miro mis días y lamento que los colores desaparezcan y se parezcan a los de un cementerio. la verdad es que no pienso sucumbir ante la socie-mediocridad. los amigos que se van siguen ahí, sin duda. me gusta el tango pero soy 0 nostalgia. amo la vida aunque decida decidir cuándo irme. me vuelven loco los ruidos de los autos y odio la euforia por nada, pero acá me ves, sintiendo y respirando. cuando paseo por la calle américa y veo la feria de garage cerca del supermercado todo es más lindo. qué ganas de llevarme ese violín! por las mañanas, antes del mate, saludo al gauchito y a los abuelos y doy agua a la tierra. después un poco de ejercicio para que los huesos estén alertas. 'sigo andando como un buey', gritaba ale. yo también estoy en la ruta aunque todavía no dí con la estanciera (el nombre es horrible) que me lleve. llegará el día en que pueda hacer ushuahia-tolhuin en caballo, perseguido por zorritos salvajes (selva en el frío?). suelo emplear la 'z' en palabras que la real academia española no acepta. a mí me parece que les da más fuerza y, como no soy amigo de los reyes, la aplico.
soriano x rep
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domingo, 20 de diciembre de 2009
sábado, 19 de diciembre de 2009
hija del viento
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Han venido.
Invaden la sangre.
huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
libros de alejandra pizarnik: la tierra más lejana (1955); la última inocencia (1956); las aventuras perdidas (1958); árbol de diana (1962); los trabajos y las noches (1965); extracción de la piedra de locura (1968); el infierno musical (1971); textos de sombra y últimos poemas (1982, póstumo);
Invaden la sangre.
huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
libros de alejandra pizarnik: la tierra más lejana (1955); la última inocencia (1956); las aventuras perdidas (1958); árbol de diana (1962); los trabajos y las noches (1965); extracción de la piedra de locura (1968); el infierno musical (1971); textos de sombra y últimos poemas (1982, póstumo);
jueves, 17 de diciembre de 2009
semana cenizienta
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-conseguí nuevo empleo. sigo trabajando con amigos y eso es bueno
-radio nacional: toca daniel melero y todo es penumbras. tom lupo presenta la velada. temazos de por, menos la última: 'la sed'. por momentos sentimos que podemos ver a velvet underground en buenos aires. los amigos se fueron de vacaciones y arrinconaron a daniel: tenían que hacer un disco de canciones, de esas que le salen tan bién a él. ahí está; gracias
-veo 'tarnation' por segunda vez, esta es en pantalla grande y sentado en butaca roja de la alianza francesa. ¿cómo sería esa renee interpretada por joni mitchel? y el abuelo conservador en la piel de klaus nomi? no todo se puede. jonathan caouette es un genio. gracias II
-jorge se despide por un tiempo de los amigos, lo espera el desierto de israel. le va a ir bien, va a hacer lío. de charata a almagro, de un hemisferio a otro
-leo mafalda en el subte 'd', llegando a olleros me doy cuenta que mi bolso está abierto; sí, chau nokia con calco de kitty. es sólo un fuckin' móvil. después quieren que la juventud lea...
bezorrito djea: melodías chaqueñas mixturadas con producción de danger mouse & rick rubin
martes, 15 de diciembre de 2009
lost in net
anna, kenzaburo y jack hablan por teléfono
diálogo I
anna: soy incorregible. no paro de hablar, ustedes, que son mayores, párenme!
kenzaburo: no hay problema, an, vos decí lo que sentís, yo escucho cada palabra y cada grito de pájaro
jack: bueno, bueno, pero no interrumpas a los demás, sí?
anna: el chico que me gustaba antes ahora no me parece gran cosa, sin embargo, siento que tanto ustedes como mi padre son lo más
jack: los padres creemos que los hijos deben rendir tributo a los que los amamos desde siempre, desde la cuna, pero también requiere una gran responsabilidad
kenzaburo: es tan simple, en realidad: escuchar significa entender
anna: ustedes, con toda su experiencia, no pueden, de ninguna manera, entender a alguien que sólo llegó a la adolescencia
jack: tal vez tengas razón, niña, y debo decir que estoy muy afligido por eso
anna: pero con quejarse no hacemos nada, qué más me podés decir, jack, vos que viviste los campos como yo?
jack: no puedo creer en estadísticas -lo sabés-. sólo siento dolor y olor a mi gente perdida. pero no puedo comprender la totalidad del sufrimiento de una chica que fue despojada del resto de la vida que aún le quedaba
kenzaburo: no dramatizemos; estamos tratando de llevar esto a un debate mayor
anna: ken, vos podés estar en nuestra posición?
kenzaburo: claro que no, niña, claro que no
anna: pasé dos años sin tocar el sol, me enamoré de un tipo de mi edad que antes detestaba, después vi caer a mi hermana de la cama. saben?, si pudiera elegir, me quedaría con un trabajo de tiempo completo en una granja, nunca más la ciudad
kenzaburo: yo también prefiero las aldeas isleñas, nada de progreso, creo que no existe tal cosa: futuro es creer que todo puede cambiar dentro de uno y evitar la matanza humana
jack: bueno, chicos, estoy muy cansado, mañana seguimos, sí?. oraré por mis hermanos y por los sueños buenos que nos llevarán de viaje esta noche
anna: soy incorregible. no paro de hablar, ustedes, que son mayores, párenme!
kenzaburo: no hay problema, an, vos decí lo que sentís, yo escucho cada palabra y cada grito de pájaro
jack: bueno, bueno, pero no interrumpas a los demás, sí?
anna: el chico que me gustaba antes ahora no me parece gran cosa, sin embargo, siento que tanto ustedes como mi padre son lo más
jack: los padres creemos que los hijos deben rendir tributo a los que los amamos desde siempre, desde la cuna, pero también requiere una gran responsabilidad
kenzaburo: es tan simple, en realidad: escuchar significa entender
anna: ustedes, con toda su experiencia, no pueden, de ninguna manera, entender a alguien que sólo llegó a la adolescencia
jack: tal vez tengas razón, niña, y debo decir que estoy muy afligido por eso
anna: pero con quejarse no hacemos nada, qué más me podés decir, jack, vos que viviste los campos como yo?
jack: no puedo creer en estadísticas -lo sabés-. sólo siento dolor y olor a mi gente perdida. pero no puedo comprender la totalidad del sufrimiento de una chica que fue despojada del resto de la vida que aún le quedaba
kenzaburo: no dramatizemos; estamos tratando de llevar esto a un debate mayor
anna: ken, vos podés estar en nuestra posición?
kenzaburo: claro que no, niña, claro que no
anna: pasé dos años sin tocar el sol, me enamoré de un tipo de mi edad que antes detestaba, después vi caer a mi hermana de la cama. saben?, si pudiera elegir, me quedaría con un trabajo de tiempo completo en una granja, nunca más la ciudad
kenzaburo: yo también prefiero las aldeas isleñas, nada de progreso, creo que no existe tal cosa: futuro es creer que todo puede cambiar dentro de uno y evitar la matanza humana
jack: bueno, chicos, estoy muy cansado, mañana seguimos, sí?. oraré por mis hermanos y por los sueños buenos que nos llevarán de viaje esta noche
alejo carpentier
'...Tal vez fuera esto, precisamente, lo que buscara en la grandiosa soledad de la Gran Sabana el pequeño farmacéutico valenciano. Un país sin gobierno, para poder gobernarse a sí mismo sabia y rectamente. Este aventurero que vino caminando en busca de la Leyenda del Dorado, dejó a sus espaldas, hace más de veinte años, una deleznable realidad de mazmorras, de adulaciones y de asa fétida, para encontrar, en esa Santa Elena de Uairén, bajo un techo de hojas, junto a la mujer del Génesis, una Utopía a la medida de su vocación misteriosa, de sus anhelos más profundos. 'Sólo serán dignos de hallar el secreto de la transmutación de los metales, aquellos que no saquen provecho del oro obtenido', reza una de las leyes fundamentales de la alquimia -ley oculta que es, probablemente, el verdadero secreto del Dorado...' (El último buscador del Dorado, en Visión de América, A.Carpentier, losada, 1999)
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lunes, 14 de diciembre de 2009
cenizienta's covers
frente a la librería de saldos, vivimos llendo y viniendo, junto al jardín de invierno, nos queremos para siempre
escuchábamos 'por los parlantes
te
iré a
buscar'
y cogíamos sin
cortinas
leíamos el eternauta
en la terraza de
french
iba por trufas hasta
san martín
y caminaba más de la
cuenta
hacia la inmobiliaria
mirábamos las ratas
cruzar corrientes
nos tratamos mal
y
muy bien
descubrimos de qué se
trataba
todo eso
me fui una tarde
y no pudiste
guardar las herramientas
en el pub nos aburrimos
esperé por vos en las escaleras
y me desmayé
somos los mejores
ese turismo no nos gusta nada
¿asaltamos al tipo?
muy cerca de la esquina
nos rodeamos
todos los
patos
es tiempo de ir tan lejos como
los pies nos
digan
te
iré a
buscar'
y cogíamos sin
cortinas
leíamos el eternauta
en la terraza de
french
iba por trufas hasta
san martín
y caminaba más de la
cuenta
hacia la inmobiliaria
mirábamos las ratas
cruzar corrientes
nos tratamos mal
y
muy bien
descubrimos de qué se
trataba
todo eso
me fui una tarde
y no pudiste
guardar las herramientas
en el pub nos aburrimos
esperé por vos en las escaleras
y me desmayé
somos los mejores
ese turismo no nos gusta nada
¿asaltamos al tipo?
muy cerca de la esquina
nos rodeamos
todos los
patos
es tiempo de ir tan lejos como
los pies nos
digan
sunday 13
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(pintura: no se puede mantener mucho tiempo el gato encerrado, sergio moscona/foto: presentación de juan cedrón, palais de glace, bs.as., 13-12-09, juan piano)
domingo, 13 de diciembre de 2009
3 de agosto: jazz day

palermo no era snob y los psicoanalistas todavía debatían a lacán. el niño enrique veía el botánico por primera vez y el piano estaba ahí esperando las camisas sueltas. duke lo escuchó y flipó. nyc no entendió cuando le propuso unas congas y fondo de bongó. alguien le rompió el corazón y el mono pegó la vuelta. acá lo esperaban el cuchi, ástor, litto y astarita. los anarquistas de once le dieron la bienvenida y el jazz reinventó las calles.
jueves, 10 de diciembre de 2009
batmita superheroe
martes, 8 de diciembre de 2009
zanella
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silvia conducía rápido. así vivía, también. pueblo chico (muy chico, capitán), infierno grande (ozzy hubiera compuesto todo lo de sabbath con tanto material). fui en bici y me cortó el pelo por única vez. me ofreció un phillip (ella lo sabía todo). la miré tímidamente y charlamos acerca del sol. las chicas eran chicas entonces. nunca conduje la vieja zanella marrón. la abu chola la concerva en el patio. mario no dice nada. el pasto crece y la moto parece tener raíces. también va para arriba, buscando las copas de los sauces que crecen en la aldea. un tipo alemán tenía una estancia por acá y un poeta protestó cuando el ayuntamineto quebró los troncos junto al ferrocaril. el hermano menor de mi padre chocó con su chevy el tren de las seis una vez, pero vivió para ver los fierros blancos. hoy elisa muestra los restos y tía ríe allá arriba. mi honda se parecía a ella: iba tan veloz que el comisario no acusaba recibo. no estuve cuando la enterraron (tenía miedo en esos tiempos), pero no importó, la música llenaba el espacio igual. in my mind, s.
beatle's day
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hoy no tengo que salir de casa para nada. pongo una radio que promete beatles todo el día. leo a bayer con 'help', 'julia', 'octopus's garden' y 'lucy in the sky with diamonds'. hay un concurso y sé las respuestas: el segundo nombre de john (winston); el nombre del programa de la bbc que transmitió en vivo 'all you need is love' (our world); la sonata de ludwig van beethoven que inspiró 'because' (moonlight) y los primitivos nombres de 'hey jude' (hey jules) y 'yesterday' (scrambled eggs). el premio es tentador: la discografía completa remasterizada en mono y stereo. no gano. limpio el bajo y armo la agenda para mañana. ya no pasan los partidos de español por la tele. pienso en algunos amigos que extraño y dibujo un gran oso polar sobre una rama. es una pelota blanca en una hamaca de porcelana. disimulo mis ganas de pasear en bici mientras camino por las góndolas buscando galletas. la chica china de la caja no deja de enamorarme. tendría que estar trabajando en el libro del poeta que quiero editar con sol en turin -pienso-, mientras pruebo el chocolate águila que no voy a pagar. vuelvo con las bolsas y sin la chinagirl. aún hay paul-ringo-george-john en los parlantes. mate con yerba sin palito como me enseñaron emilio gallagher y pepe sánchez y a trabajar. me duele un poco la barriga y miro una foto blanco/negro de mi amiga nuria garcía: ahora sí, ya estoy mejor. play mapu...
la virgen de la montaña (haroldo conti)

I
–¡Tío Paco, tío Paco, venga usted!
–¡Tío Paco, tío Paco! Que lo estábamos esperando.
–¡Venga usted, venga usted! ¡Tóquenos algo...!
–¡Sí, sí; que toque, que toque!
Estas y otras voces salían de un grupo de chiquillos y de parroquianos que, arrimados a la pared de Santa María, despilfarraban alegremente, entre risas y charlas, aquella tarde de primavera.
Habían visto salir de la iglesia al bueno del tío Paco, señal de que el tío Paco estaba allí, y estando allí el tío Paco debía llegarse necesariamente al corrillo para alegrarlos un rato con su flauta encantada.
Pero el tío Paco parecía no oír las voces chillonas de los chiquillos, ni la aguardentosa de los hombres que lo requerían a toda costa.
–Dejadme, por Dios, dejadme ir. Mis piernas no son ágiles como las vuestras y antes de que llegue a casa ya se me habrá echado la noche encima.
–¡Ca, hombre! Aún le queda mucho por andar al señor sol antes de que se caiga allá tras los peñascos de la Virgen.
–Eso lo decís vosotros que no tenéis nada que hacer; pero yo...
–¡Pero usted se queda aquí! Vamos; tóquenos algo; no sea tacaño.
–¡Que no lo soy! Pero dejadme ir de una vez y no me tentéis más que... ¡Vamos! Mañana, después de la misa mayor, os tocaré hasta el empacho; pero ahora dejadme ir, dejadme ir.
Y no hubo razones para convencer al buen viejo que, embozado en su larga capa de algodón, se deslizó como una sombra, perdiéndose en el camino que sube a las montañas.
–¡Es un tacaño! –murmuró un diablillo de ojos garzos que se entretenía en sacarle punta a una ramita de naranjo.
–No es eso –comentó un viejo de barba hirsuta y cara de pergamino, que había estado hasta entonces sin despegar los labios–, ni tampoco es que le falte tiempo. Vosotros no conocéis los secretos del tío Paco, pero yo sí.
“Allá cuando era algo más mozo, también a mí me traía a mal andar la actitud del tío Paco.
“Pero un buen día no aguanté más y picado de la curiosidad seguí al viejo, que allá se esfumaba en el camino.
“Por él lo vi arrastrarse largo tiempo, luego doblar un caminito de cabras, que serpenteando entre las peñas se iba a perder sobre la calva gris del peñón de la Virgen.
“Trepé tras él, y no había llegado aún a la cumbre cuando, mezclados con la brisa de la tarde, los mágicos acentos de una flauta me clavaron donde estaba.
“Contuve la respiración. ¡Virgen Santa, me dije, si serán los ángeles que han bajado a saludarte!, y me santigüé.
“La música aquella brotaba suavísima como un arrullo de paloma, y al repercutir entre los gigantes de piedra, se trocaba en mil y mil notas que invadían el valle, la cima, todo.
“Luego calló. Fue entonces cuando, arrastrándome como una culebra, llegué a la cumbre y miré el valle que allí arriba une los picachos de la Virgen y de las Animas.
“De rodillas ante la ermita estaba un hombre; era él, el tío Paco.
“Desde entonces muchas veces lo seguí para oír de nuevo aquella música... y conmigo otros curiosos. Ese es todo el secreto.
“No va ahora a su casa. Seguidle y veréis que toma el camino de las cabras y sube hasta la ermita; va a ofrecerle a la Virgen María los arrullos de su flauta –dijo y calló el viejo, volviendo la animación al corrillo que lo había escuchado en suspenso.
Luego cada cual fuese por su lado; más de un chiquillo y más de un mozo prometiéndose en su interior repetir al día siguiente la hazaña del curioso parroquiano que había llegado a descubrir el secreto.
Tocaban a la oración; a lo lejos se hundía el sol tras el cerro de la Virgen.
II
Pero al día siguiente, y era domingo, el tío Paco no apareció.
Mucho se extrañó la gente; más el buen cura, acostumbrado a verle arrodillado al pie del altar de Nuestra Señora; pero sobre todo los muchachos del corrillo que la tarde anterior se formara junto a los húmedos muros de la vieja parroquia.
–¡Nos ha engañado! –exclamó el diablillo de los ojos garzos.
–Y dijo que hoy vendría –añadió otro.
–Sí, sí, que hoy vendría –afirmaron todos.
Pero el tío Paco no apareció; ni al siguiente día, ni al otro, ni al otro y se cansaron de esperar.
–¡Habrá enfermado! –les dijo el cura–. Mañana subiré a la montaña y me acercaré a su cortijo...
Y así era en efecto.
Tendido sobre un catre viejo, muy viejo, que chillaba a cada movimiento del que sobre él se acostaba; los ojos hundidos, la voz apagada, el rostro chupado como el descarnado tronco de una encina reseca, el tío Paco pasaba las desgastadas cuentas de un enorme rosario.
La flor de su sonrisa animaba aún el rostro surcado de arrugas, pálido como la muerte.
Juan, un rubiecito de ojazos verdes, que había sido salvado de la muerte y de la miseria, cuidaba de él.
–Mirá, Juancito, mañana bajarás al pueblo y le dirás al señor cura que se venga por aquí. Al pasar por el cerro de la Virgen subirás a la ermita y le pondrás una vela a Santa María y rezarás por el pobre tío Paco –le había dicho a su fiel compañero.
Pero antes de llegar el nuevo día, aquella misma noche, tuvo que salir envuelto en un viejo capote militar que en un baúl guardaba su amigo, en busca del celoso sacerdote y del cirujano del lugar. El tío Paco había empeorado; la fiebre lo consumía y hasta deliraba.
Cuando el muchacho salió arreciaba la tormenta que aquella tarde se anunciara con un calor insoportable.
El tío Paco quedó solo, pasando las cuentas de su rosario y sonriendo...
Afuera, el temporal estalla rabioso lavando la frente de piedra de los cerros vecinos.
El rayo zigzagueaba desprendido de las alturas, yendo a partir las rocas de las cumbres o a hundirse en los fragosos despeñaderos de la sierra, abriendo grietas profundas, después de haber atravesado la atmósfera saturada de electricidad.
Al pasar junto al cerro de la Virgen, un relámpago iluminó la cumbre y Juan se acordó del encargo.
Sin dejar de correr, oró a la gran Señora que allá en la ermita tenía su trono entre esos gigantes de piedras cuya maciza mole divisaba el siniestro centellar de la tormenta.
III
Una hora después, tres sombras atravesaban las desiertas calles de la aldea; el fragor de la tempestad acalló los pasos al repiquetear sobre la desnuda acera...
Tiempo después, una lucecita emergía de la oscuridad que rodeaba la solitaria casa del músico.
Era Juan, que en sus manos ateridas sostenía un farol, el cual besaba con sus pálidos resplandores aquel sinuoso camino cercado de peñas.
A corta distancia, embozado en su descolorido manteo, caminaba el cura con paso firme, sin pronunciar palabra; estaba avezado a la montaña.
Algo rezagado, murmurando entre dientes, venía el cirujano.
Ya cerca, saliendo de aquel respetuoso mutismo característico de un rudo montañés, “¡Hemos llegado!”, indicó el muchacho volviéndose al cura, al propio tiempo que señalaba con el dedo la tenue luz amarillenta que traspasaba el reducido marco de una ventana.
Enseguida estuvieron ante la puerta. No hubo necesidad de golpear, ni siquiera empujarla, estaba abierta...
Presintiendo algo, algo imposible de expresar, Juan dejó que se adelantara el cura. La corpulenta figura del sacerdote se recortó sobre el rústico cuadro de la puerta; sus ojos recorrieron la humilde habitación; el tío Paco no estaba allí.
–¿Qué significa esto? –exclamó volviéndose al atónito muchacho, y sin esperar respuesta entró en el cortijo.
La cama estaba vacía, las mantas caídas y del clavo que hacía las veces de percha no pendía la raída capa del flautista.
–¡Si estará loco este hombre! –murmuró el cura, sospechando quizá lo que aquello podía suponer.
–¿Dónde está el enfermo? –preguntó el cirujano, que en ese momento entraba bufando como un buey.
Iba a hablar el cura cuando la voz angustiosa del muchacho no le dejó explicarse.
–¡Mirad, mirad allá! –gritaba alzando el farol y señalando en dirección a las cumbres–. Sobre el cerro de la Virgen, ¿lo veis?
A aquellas voces los dos personajes se echaron fuera de la habitación.
–¡Si estará loco! –volvió a repetir el sacerdote, distinguiendo al incierto fulgor de un relámpago la fantástica figura de un hombre que trepaba, desafiando a la tormenta, la cuesta abrupta del cerro.
El cirujano sólo atinó a santiguarse mientras murmuraba por lo bajo:
–¡Animas benditas...!
–¡Déjese de sandeces! –le gritó el cura impaciente–. Tratemos de salvarlo –y envolviéndolo en el manteo echó a correr precedido por Juan.
Refunfuñando lo siguió el cirujano, que en vano trató de ponérsele a la par.
Largo tiempo avanzaron en silencio, ora corriendo por el vericueto, ora saltando sobre las peñas resbaladizas, ora deslizándose por entre las rocas, pero todo fue inútil; les llevaba mucha ventaja.
Antes de desaparecer allá tras de la cumbre, lo vieron por última vez. Su delgada silueta se recortaba fantástica sobre las escarpadas rocas.
Flotando al viento la raída capa, cortada a filo de machete, sin dobladillo, parecía un espectro vagando en la oscuridad de la noche.
Alcanzaron a distinguir su rostro demacrado, sus ojos desencajados, sus cabellos en desorden, pero no vieron la flor siempre fresca de una sonrisa sobre los labios demacrados.
Luego el fantasma, arrastrándose sobre el caminito de cabras encorvado, flexible, se hundió detrás de las últimas rocas.
–Tío Paco, tío Paco –gritóle el cura–, téngase usted.
Pero el ronco retumbar del trueno ahogó la voz del sacerdote.
Con la esperanza aún de encontrarlo junto a la ermita siguieron trepando.
Jirones de la sotana quedaron en los espinillos; gotas de sangre de los pies descalzos de Juan y gruesas gotas de sudor del cirujano fueron a mezclarse con el agua llovida sobre las piedras. El cura iba adelante trepando con una agilidad asombrosa, seguíale Juan con su farol, y algo rezagado corría el cirujano bufador.
De pronto, a pocos metros de la cima, las tres sombras dejaron de avanzar; permanecieron como clavadas en la roca.
Rompiendo el confuso rumor de la tormenta que se alejaba, dejáronse oír suaves, claras, vibrantes las notas de una flauta. Del valle que une el cerro de la Virgen y el de las Animas brotaba una cascada de armonías.
Primero tenue como el rozar de las alas de blancos querubes; luego más fuerte, más sostenida, más seductora.
Mezcladas con la brisa que barría la desnuda roca, emergiendo del misterio de la noche confundida con el suave vaho que despedía la tierra recién humedecida, aquellas notas eran suavísimos lamentos prolongados, pedazos de corazón en forma de música, últimos aleteos de una torcaza herida, delicados perfumes de una plegaria, acompañados por los mil murmullos de la noche, del torrente cercano, de las gotas al deslizarse entre las rocas, del viento al gemir entre las grietas.
Era todo el valle que lloraba modulando los más suaves acentos que iban a sumarse al hechizo de aquella flauta encantada...
Corrió el tiempo; al fin la música se fue perdiendo poco a poco, como un suspiro hasta morir.
–¡Torpe que soy! –exclamó el cura despertando de aquel ensueño aún en pie y calado hasta los huesos. Y los tres volvieron a correr en dirección de la ermita.
Cuando alcanzaron la cumbre, al resplandor de un último relámpago, distinguieron algo así como una gran mancha caída al pie de la imagen.
Llegaron al fin; el tío Paco estaba allí, medio oculto bajo los pliegues de su capa, frío, inmóvil, siempre sonriendo, pero sin vida.
El cura volteóse el sombrero y de rodillas rezó por el muerto:
–¡Réquiem aeternam dona ei Domine!
Horas después, al monótono golpe del azadón se abrió una fosa y el tío Paco descansó a los pies de su Virgen. Luego los piadosos aldeanos colocaron la flauta aquella en manos de la imagen que velaba el sueño del anciano...
Y cuenta la leyenda que al morir el sol tras el cerro de la Virgen, si algún peregrino o curioso acierta a pasar por entre aquellas escarpadas sierras, distingue confusamente, traídos por la brisa de la tarde, los delicados acentos de una flauta.
Muchos dicen que es el viento al susurrar en la que tiene en las manos la Virgen de la montaña.
–¡Tío Paco, tío Paco! Que lo estábamos esperando.
–¡Venga usted, venga usted! ¡Tóquenos algo...!
–¡Sí, sí; que toque, que toque!
Estas y otras voces salían de un grupo de chiquillos y de parroquianos que, arrimados a la pared de Santa María, despilfarraban alegremente, entre risas y charlas, aquella tarde de primavera.
Habían visto salir de la iglesia al bueno del tío Paco, señal de que el tío Paco estaba allí, y estando allí el tío Paco debía llegarse necesariamente al corrillo para alegrarlos un rato con su flauta encantada.
Pero el tío Paco parecía no oír las voces chillonas de los chiquillos, ni la aguardentosa de los hombres que lo requerían a toda costa.
–Dejadme, por Dios, dejadme ir. Mis piernas no son ágiles como las vuestras y antes de que llegue a casa ya se me habrá echado la noche encima.
–¡Ca, hombre! Aún le queda mucho por andar al señor sol antes de que se caiga allá tras los peñascos de la Virgen.
–Eso lo decís vosotros que no tenéis nada que hacer; pero yo...
–¡Pero usted se queda aquí! Vamos; tóquenos algo; no sea tacaño.
–¡Que no lo soy! Pero dejadme ir de una vez y no me tentéis más que... ¡Vamos! Mañana, después de la misa mayor, os tocaré hasta el empacho; pero ahora dejadme ir, dejadme ir.
Y no hubo razones para convencer al buen viejo que, embozado en su larga capa de algodón, se deslizó como una sombra, perdiéndose en el camino que sube a las montañas.
–¡Es un tacaño! –murmuró un diablillo de ojos garzos que se entretenía en sacarle punta a una ramita de naranjo.
–No es eso –comentó un viejo de barba hirsuta y cara de pergamino, que había estado hasta entonces sin despegar los labios–, ni tampoco es que le falte tiempo. Vosotros no conocéis los secretos del tío Paco, pero yo sí.
“Allá cuando era algo más mozo, también a mí me traía a mal andar la actitud del tío Paco.
“Pero un buen día no aguanté más y picado de la curiosidad seguí al viejo, que allá se esfumaba en el camino.
“Por él lo vi arrastrarse largo tiempo, luego doblar un caminito de cabras, que serpenteando entre las peñas se iba a perder sobre la calva gris del peñón de la Virgen.
“Trepé tras él, y no había llegado aún a la cumbre cuando, mezclados con la brisa de la tarde, los mágicos acentos de una flauta me clavaron donde estaba.
“Contuve la respiración. ¡Virgen Santa, me dije, si serán los ángeles que han bajado a saludarte!, y me santigüé.
“La música aquella brotaba suavísima como un arrullo de paloma, y al repercutir entre los gigantes de piedra, se trocaba en mil y mil notas que invadían el valle, la cima, todo.
“Luego calló. Fue entonces cuando, arrastrándome como una culebra, llegué a la cumbre y miré el valle que allí arriba une los picachos de la Virgen y de las Animas.
“De rodillas ante la ermita estaba un hombre; era él, el tío Paco.
“Desde entonces muchas veces lo seguí para oír de nuevo aquella música... y conmigo otros curiosos. Ese es todo el secreto.
“No va ahora a su casa. Seguidle y veréis que toma el camino de las cabras y sube hasta la ermita; va a ofrecerle a la Virgen María los arrullos de su flauta –dijo y calló el viejo, volviendo la animación al corrillo que lo había escuchado en suspenso.
Luego cada cual fuese por su lado; más de un chiquillo y más de un mozo prometiéndose en su interior repetir al día siguiente la hazaña del curioso parroquiano que había llegado a descubrir el secreto.
Tocaban a la oración; a lo lejos se hundía el sol tras el cerro de la Virgen.
II
Pero al día siguiente, y era domingo, el tío Paco no apareció.
Mucho se extrañó la gente; más el buen cura, acostumbrado a verle arrodillado al pie del altar de Nuestra Señora; pero sobre todo los muchachos del corrillo que la tarde anterior se formara junto a los húmedos muros de la vieja parroquia.
–¡Nos ha engañado! –exclamó el diablillo de los ojos garzos.
–Y dijo que hoy vendría –añadió otro.
–Sí, sí, que hoy vendría –afirmaron todos.
Pero el tío Paco no apareció; ni al siguiente día, ni al otro, ni al otro y se cansaron de esperar.
–¡Habrá enfermado! –les dijo el cura–. Mañana subiré a la montaña y me acercaré a su cortijo...
Y así era en efecto.
Tendido sobre un catre viejo, muy viejo, que chillaba a cada movimiento del que sobre él se acostaba; los ojos hundidos, la voz apagada, el rostro chupado como el descarnado tronco de una encina reseca, el tío Paco pasaba las desgastadas cuentas de un enorme rosario.
La flor de su sonrisa animaba aún el rostro surcado de arrugas, pálido como la muerte.
Juan, un rubiecito de ojazos verdes, que había sido salvado de la muerte y de la miseria, cuidaba de él.
–Mirá, Juancito, mañana bajarás al pueblo y le dirás al señor cura que se venga por aquí. Al pasar por el cerro de la Virgen subirás a la ermita y le pondrás una vela a Santa María y rezarás por el pobre tío Paco –le había dicho a su fiel compañero.
Pero antes de llegar el nuevo día, aquella misma noche, tuvo que salir envuelto en un viejo capote militar que en un baúl guardaba su amigo, en busca del celoso sacerdote y del cirujano del lugar. El tío Paco había empeorado; la fiebre lo consumía y hasta deliraba.
Cuando el muchacho salió arreciaba la tormenta que aquella tarde se anunciara con un calor insoportable.
El tío Paco quedó solo, pasando las cuentas de su rosario y sonriendo...
Afuera, el temporal estalla rabioso lavando la frente de piedra de los cerros vecinos.
El rayo zigzagueaba desprendido de las alturas, yendo a partir las rocas de las cumbres o a hundirse en los fragosos despeñaderos de la sierra, abriendo grietas profundas, después de haber atravesado la atmósfera saturada de electricidad.
Al pasar junto al cerro de la Virgen, un relámpago iluminó la cumbre y Juan se acordó del encargo.
Sin dejar de correr, oró a la gran Señora que allá en la ermita tenía su trono entre esos gigantes de piedras cuya maciza mole divisaba el siniestro centellar de la tormenta.
III
Una hora después, tres sombras atravesaban las desiertas calles de la aldea; el fragor de la tempestad acalló los pasos al repiquetear sobre la desnuda acera...
Tiempo después, una lucecita emergía de la oscuridad que rodeaba la solitaria casa del músico.
Era Juan, que en sus manos ateridas sostenía un farol, el cual besaba con sus pálidos resplandores aquel sinuoso camino cercado de peñas.
A corta distancia, embozado en su descolorido manteo, caminaba el cura con paso firme, sin pronunciar palabra; estaba avezado a la montaña.
Algo rezagado, murmurando entre dientes, venía el cirujano.
Ya cerca, saliendo de aquel respetuoso mutismo característico de un rudo montañés, “¡Hemos llegado!”, indicó el muchacho volviéndose al cura, al propio tiempo que señalaba con el dedo la tenue luz amarillenta que traspasaba el reducido marco de una ventana.
Enseguida estuvieron ante la puerta. No hubo necesidad de golpear, ni siquiera empujarla, estaba abierta...
Presintiendo algo, algo imposible de expresar, Juan dejó que se adelantara el cura. La corpulenta figura del sacerdote se recortó sobre el rústico cuadro de la puerta; sus ojos recorrieron la humilde habitación; el tío Paco no estaba allí.
–¿Qué significa esto? –exclamó volviéndose al atónito muchacho, y sin esperar respuesta entró en el cortijo.
La cama estaba vacía, las mantas caídas y del clavo que hacía las veces de percha no pendía la raída capa del flautista.
–¡Si estará loco este hombre! –murmuró el cura, sospechando quizá lo que aquello podía suponer.
–¿Dónde está el enfermo? –preguntó el cirujano, que en ese momento entraba bufando como un buey.
Iba a hablar el cura cuando la voz angustiosa del muchacho no le dejó explicarse.
–¡Mirad, mirad allá! –gritaba alzando el farol y señalando en dirección a las cumbres–. Sobre el cerro de la Virgen, ¿lo veis?
A aquellas voces los dos personajes se echaron fuera de la habitación.
–¡Si estará loco! –volvió a repetir el sacerdote, distinguiendo al incierto fulgor de un relámpago la fantástica figura de un hombre que trepaba, desafiando a la tormenta, la cuesta abrupta del cerro.
El cirujano sólo atinó a santiguarse mientras murmuraba por lo bajo:
–¡Animas benditas...!
–¡Déjese de sandeces! –le gritó el cura impaciente–. Tratemos de salvarlo –y envolviéndolo en el manteo echó a correr precedido por Juan.
Refunfuñando lo siguió el cirujano, que en vano trató de ponérsele a la par.
Largo tiempo avanzaron en silencio, ora corriendo por el vericueto, ora saltando sobre las peñas resbaladizas, ora deslizándose por entre las rocas, pero todo fue inútil; les llevaba mucha ventaja.
Antes de desaparecer allá tras de la cumbre, lo vieron por última vez. Su delgada silueta se recortaba fantástica sobre las escarpadas rocas.
Flotando al viento la raída capa, cortada a filo de machete, sin dobladillo, parecía un espectro vagando en la oscuridad de la noche.
Alcanzaron a distinguir su rostro demacrado, sus ojos desencajados, sus cabellos en desorden, pero no vieron la flor siempre fresca de una sonrisa sobre los labios demacrados.
Luego el fantasma, arrastrándose sobre el caminito de cabras encorvado, flexible, se hundió detrás de las últimas rocas.
–Tío Paco, tío Paco –gritóle el cura–, téngase usted.
Pero el ronco retumbar del trueno ahogó la voz del sacerdote.
Con la esperanza aún de encontrarlo junto a la ermita siguieron trepando.
Jirones de la sotana quedaron en los espinillos; gotas de sangre de los pies descalzos de Juan y gruesas gotas de sudor del cirujano fueron a mezclarse con el agua llovida sobre las piedras. El cura iba adelante trepando con una agilidad asombrosa, seguíale Juan con su farol, y algo rezagado corría el cirujano bufador.
De pronto, a pocos metros de la cima, las tres sombras dejaron de avanzar; permanecieron como clavadas en la roca.
Rompiendo el confuso rumor de la tormenta que se alejaba, dejáronse oír suaves, claras, vibrantes las notas de una flauta. Del valle que une el cerro de la Virgen y el de las Animas brotaba una cascada de armonías.
Primero tenue como el rozar de las alas de blancos querubes; luego más fuerte, más sostenida, más seductora.
Mezcladas con la brisa que barría la desnuda roca, emergiendo del misterio de la noche confundida con el suave vaho que despedía la tierra recién humedecida, aquellas notas eran suavísimos lamentos prolongados, pedazos de corazón en forma de música, últimos aleteos de una torcaza herida, delicados perfumes de una plegaria, acompañados por los mil murmullos de la noche, del torrente cercano, de las gotas al deslizarse entre las rocas, del viento al gemir entre las grietas.
Era todo el valle que lloraba modulando los más suaves acentos que iban a sumarse al hechizo de aquella flauta encantada...
Corrió el tiempo; al fin la música se fue perdiendo poco a poco, como un suspiro hasta morir.
–¡Torpe que soy! –exclamó el cura despertando de aquel ensueño aún en pie y calado hasta los huesos. Y los tres volvieron a correr en dirección de la ermita.
Cuando alcanzaron la cumbre, al resplandor de un último relámpago, distinguieron algo así como una gran mancha caída al pie de la imagen.
Llegaron al fin; el tío Paco estaba allí, medio oculto bajo los pliegues de su capa, frío, inmóvil, siempre sonriendo, pero sin vida.
El cura volteóse el sombrero y de rodillas rezó por el muerto:
–¡Réquiem aeternam dona ei Domine!
Horas después, al monótono golpe del azadón se abrió una fosa y el tío Paco descansó a los pies de su Virgen. Luego los piadosos aldeanos colocaron la flauta aquella en manos de la imagen que velaba el sueño del anciano...
Y cuenta la leyenda que al morir el sol tras el cerro de la Virgen, si algún peregrino o curioso acierta a pasar por entre aquellas escarpadas sierras, distingue confusamente, traídos por la brisa de la tarde, los delicados acentos de una flauta.
Muchos dicen que es el viento al susurrar en la que tiene en las manos la Virgen de la montaña.
(1944, editado en 'cuentos completos', emecé, 2009)
jazz & pop
la voz de nina polverino golpea lagos de humo sobre los brazos de carto brandán, jerónimo carmona
y el maestro ernesto jodos. polly harvey, eddie vedder, thom yorke, todos respiran el aire del pub. los vampiros escoceses hacen tregua sólo para oir su banda favorita. el cementerio de belfast está por fin en paz: todos quieren escuchar. el club se bebe sus luces y ya nadie puede salir. el sol está -inconmovible- cubriendo la acera.
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lunes, 7 de diciembre de 2009
08-12-09
el lugar que miraste con ojos verdes
es tan temprano
es tan témpano
ignorancia es tv
la suerte no existe
los pinceles pueden
hablar
de
más
se puso oscuro el techo
si llegás a
tiempo
no olvides
llenar los potes
de
los gatos
hoy voy a morir en tus
colores
nada es tan tarde
seguir y seguir
el ñandú no me dijo
todo lo
que pensaba
es tan temprano
es tan témpano
ignorancia es tv
la suerte no existe
los pinceles pueden
hablar
de
más
se puso oscuro el techo
si llegás a
tiempo
no olvides
llenar los potes
de
los gatos
hoy voy a morir en tus
colores
nada es tan tarde
seguir y seguir
el ñandú no me dijo
todo lo
que pensaba
I only sleeping
viernes, 4 de diciembre de 2009
batmita ronronea por ys
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